viernes, 25 de julio de 2014

PU YAO

Pu-Yao vivía en una aldea de las montañas chinas. Llevaba quince años felizmente casado con su mujer Chun Lai y tenían dos hijos: Xiao Chen, la mayor, de trece años, y Dong, de once. La vida era feliz para ellos, pero un día que Chun Lai estaba con dolor de cabeza Pu-Yao le dijo:
- Chun, quédate sentada y tranquila que hoy me voy a ocupar yo de las tareas de la casa: limpiaré, cocinaré, plancharé... lo haré todo.
Dicho y hecho, Pu-Yao hizo todo su trabajo y el de su mujer. Al acabar el día se sentía muy cansado pero contento y satisfecho con lo que había hecho. Cuando se sentó en el sillón, su mujer le preguntó:
- ¿Has guardado la ropa planchada en los cajones? ¿Has mirado la tarea de la escuela de los niños? ¿Has limpiado la cocina? ¿Has echado de comer a los animales?...
Habría seguido si no la llega a interrumpir su marido:
- Lo he hecho todo, querida esposa, de nada me he olvidado.
- Bueno, pero quería decirte algo: a la comida le faltaba sabor, la ropa tenía muchas arrugas, he visto unas migajas de pan cerca de la puerta que no has barrido, los utensilios de cocina los has cambiado de sitio, no has sacado fuera la basura, no has echado suficiente agua a las plantas... y no has limpiado el baño.
Pu-Yao se entristeció porque no solo no había valorado su trabajo sino que además le encontró defectos. Sus hijos estaban de acuerdo con su madre y le dijeron a su progenitor:
- Madre tiene razón, eres un desastre, no has hecho nada bien.
Pu-Yao se entristeció aún más por estas palabras de recriminación filial.
Al día siguiente, en su trabajo en la fábrica, recibió las críticas de sus compañeros. Se quejaban de que se esforzaba mucho y acababa con rapidez y excelentes resultados sus tareas. Temían que sus superiores les exigieran a ellos la misma celeridad y eficacia y acabaran por despedirlos.
A causa de esto, muchos hablaban mal de él para desprestigiarlo. Levantaban injurias y calumnias de todo tipo, como que bebía a escondidas en el baño o que visitaba el prostíbulo de la ciudad por la noche. Incluso saboteaban su trabajo para que no acabara a tiempo.
El jefe de la fábrica creyó todo, llamó a Pu-Yao a su despacho y lo amonestó:
- Eres una vergüenza para todos, deberías tomar ejemplo de tus compañeros. Si sigues con tus vicios y tu dejadez tendré que despedirte.
Como todo seguía igual con el paso de las semanas, el jefe acabó por despedirlo. Los compañeros del trabajo se reunieron a la salida de la fábrica y, para celebrarlo, se fueron a una cantina cercana donde bebieron hasta emborracharse. Después acudieron al lupanar para saciar sus bajos instintos. Allí se encontraron con todos sus superiores y tuvieron que hacer cola puesto que no había suficientes meretrices.
Cuando Pu-Yao contó en su casa que lo habían despedido, su mujer y sus hijos lo miraron con desprecio. Chun Lai le dijo:
- Eres una vergüenza para todos, deberías tomar ejemplo de tus compañeros. Tus hijos y yo hemos hablado y creemos que es mejor que te vayas y nos dejes solos.
Pu-Yao no podía creer lo que le estaba pasando. Ni siquiera se defendió. Triste y abatido, se dio media vuelta, salió de la casa y se dirigió a lo más alto de la montaña, muchos kilómetros alejado de la civilización. Allí se quedó a vivir a solas con la naturaleza y los espíritus del bien.